jueves, 3 de julio de 2014

Diálogo con Dios, ante el último suspiro.

No puede ser este el fin, no acepto dejar de insistir. Si me has dado vida, ¿por qué me la quitas así? Tengo hijos que todavía necesitan de mi consejo, de mi guía, quizás también de algo de compañía. Tengo un marido al que cuidar, porque solo tu sabes que sin mí, algo muy grande le faltará. Tengo a mis padres, a mis hermanos y mis sobrinas, que algo llorarán porque me quieren y la duda no me cabe. Tengo fuerza en el corazón, tengo coraje, voluntad, tengo tantas cosas que contar. Tengo una vida que amo, a pesar de los pesares que tu conocerás. Quizás no sea devota, quizás no sea la mejor a considerar para santa, pero hago más bien viva que enterrada. No diré que no sepas lo que atañe a tus planes divinos, pero ¿no puedes hacer una excepción con el mío? Quizás sea por eso, por pesada, por lo que me apartas de mi vida terrenal. Nací para darlo todo, cualquiera que fuera la empresa que me quieran encomendar. Por favor, dios, dame una segunda oportunidad, lo imploro y lo ruego con todo mi humildad.

Querida Hermana, Hija, Madre, Esposa, Amante, Sobrina, Tía, Prima, Amiga y todo lo demás, si te he escogido no es por injustificada maldad. Sé que no hay excusas para los que en vida te aman y en muerte te llorarán, más solo véis el egoísmo y la pérdida que para vosotros será. No sois capaces de atisbar el horizonte que ante vosotros se abrirá. No espero que lo comprendas, pero con el tiempo lo aceptarás, igual que ellos, que más fuertes se harán. Tienes hijos con mucho potencial, hijos que serán hombres dignos de su mamá, que ahora no lo saben, pero cuenta se darán, de lo que han perdido de verdad. En cuanto a familia y amigos, su vida reanudarán y yo te necesito para que a todos les eches un ojo y los cuides desde tu nueva realidad. Guardarás su seguridad, como ese ángel que fuiste en vida, tarea que nadie mejor que tú realizará. Así que disfruta, ama, vive y cuida a tu familia con estas alas blancas que te brindo para confort de tu alma y regocijo de la familia a la que servicio prestarás.


Ana Mari.


Miradas cansadas, 
dolidas, aburridas de esperar 
la siempre presente esperanza 
que se hace de rogar. 
Suspiros que cuestan el alma, 
buenas intenciones 
sin recompensa deseada, 
sueños de vida 
contra la mortífera realidad. 
Miraba y no veía, 
de pronto oscuridad, 
los párpados estorbaban 
la vista que quería acaparar. 
Su madre la velaba, 
salvo cuando sus hijos, 
hermanos, marido y amigos 
a descansar la mandaban. 
El miedo se cebaba 
con la debilidad, 
con un cuerpo acribillado 
por la enfermedad. 
El miedo no la dejaba descansar, 
por sus hijos, su marido, 
su familia que dejaba atrás. 
No quería aceptar 
que había perdido la guerra 
a tan macabra enfermedad, 
pero las fuerzas faltaban, 
el ánimo no quería batallar, 
el alma esperaba la libertad 
de los barrotes del cuerpo oxidado, 
que ya no la podía albergar. 
Nadie quería perderla, 
nadie se resignaba a soltar 
las riendas de su vida 
y así dejarla marchar. 
En la habitación había 
muchas mas sombras, 
la miraban y ella 
solo veía luz, 
luz infinita que la llamaba 
desprendiendo calor 
que no quemaba, 
sino que cobijaba el corazón. 
Llantos se sucedían, 
su nombre se repetía, 
junto con los títulos 
que había ganado en vida 
con esfuerzo y alguna lágrima 
que no recordaba en este día. 
Hija, Madre, Esposa, Hermana, 
Amor en todos ellos, 
junto con el de prima, tía y amiga, 
sin despreciar ninguno 
a los que tributo rindió 
sobradamente y sin dudas 
con cada segundo de amor. 
Dejó huella en las personas 
que ahora se doblaban 
taladradas por el dolor, 
se abrazaban unos a otros 
impotentes, clamando al cielo 
por la injusta presa 
que dios se cobró. 
Se fue la mejor, 
la más buena, 
la humilde, graciosa, atenta, 
laboriosa, la comprensiva 
y siempre presente 
en los pensamientos de su gente. 
No la olvidaremos, 
no dejará de estar 
en los corazones dolidos 
que siempre la amarán.

domingo, 22 de junio de 2014

Mi sentir actual. Quizás más de uno con estas letras se pueda identificar.


A veces no se 
por qué seguir caminando, 
a veces me canso de luchar, 
a veces no soy yo solo, 
a veces solo quiero parar, 
dejar de ir contracorriente, 
dejar de oponerme y malgastar 
el aliento, las palabras, la saliva 
que alguien me ha dado 
y que, mal utilizadas, 
no han de servir para na. 
A veces quisiera desvanecerme, 
a veces busco comprensión, 
a veces reconocimiento anhelo, 
a veces solo quiero perdón, 
a veces quisiera empezar de cero, 
a veces rompo el silencio, 
a veces quiero y no puedo, 
a veces me reviento por dentro. 
A veces es duro hablar, 
decir lo que siento, 
pensar lo que digo, 
amar a quien amo, 
tragar lo que no olvido, 
aceptar lo injusto, 
justificar lo inaceptable, 
repetir el discurso 
que no quise contar a nadie. 
A veces tengo sueños, 
cada noche más bien, 
tengo metas, objetivos, 
ilusiones que me harían creer, 
que vale la pena la vida, 
que vale la pena aprender, 
que vale la pena que siga, 
aunque yo solo lo pueda ver. 
A veces me desacreditan, 
a veces me rompen con palabras, 
me quitan la vida 
cuando echan por tierra 
mi sueño, mi alma. 
A veces olvido, 
que no soy nadie especial, 
que no merezco nada, 
que nadie ha de merecer 
soportar mi presencia, 
mis pocas ganas 
de seguir el camino 
que otros para mi marcaran. 
A veces quisiera irme, 
a veces quisiera prescindir 
de los sentimientos que tengo 
y que me atan aquí. 

martes, 3 de junio de 2014

SOÑÉ



Soñé que en el aire volaba
A un mundo de esperanza
Soñé que se acababan las guerras
Soñé que ya no se mataba
Soñé que era uno de tantos
Que por la paz luchaba
Batalla inútil
Pues a ella se llegaba
Con acuerdos de destruir armas
Creí conseguir un mundo
Con tan solo una mirada
Creí y ahora lo dudo
Que el mundo cambiaba
Por un sueño tuyo
En el que me empeñaba
Para lograr tu murmullo
Susurro en mi oído
Un aullido en la noche
Oscuridad llena de quejidos
Inconscientes e involuntarios
Para llegar al dulce ensayo
De mi declaración
Un momento que soñé
Y no se realizó
Pues nunca serán realidad
Esa que vivir quiero
Y no me puede albergar
Y pensar que he conquistado países
Desde el sillón o mi cama
Vivido aventuras increíbles
Cuando nadie imaginaba
Fui agente de la cía
Y estuve en una guerra mundial
También en la guerra fría
De la que no me pude salvar
Fui esclavo en tiempo de faraones
Y he viajado a través de los eones
Fui general romano
Cruel y sin piedad
Que perseguía cristianos
Para poderlos crucificar
He sido un buen novio
E incluso me he casado
He visto toda la belleza
Del continente africano
Metido en la total pureza
De la piel de un leopardo
He sido monje clausurado
Y de la santa inquisición
Quemando en la hoguera
A mas de un supuesto traidor
Caí en el pecado de adán
Y del paraíso me echaron
Dinosaurios pude matar
Y así fue que me mataron
He muerto millones de veces
Y en la realidad he resucitado
Combatido en las estrellas
Y a un general he encarnado
Para más vidas matar
Mientras otras había salvado
He llegado a jugar
Partidos bien jugados
Que los futbolistas
Siempre han soñado
He cosechado cosechas
Muy cerca del mar
En los mares he pescado
Y naufragado al navegar
En un barco pirata
Que le quité a un capitán
He robado tesoros
Que recuperé del mar
He conocido la vida

Y todo fue por soñar

domingo, 18 de mayo de 2014

Adelanto del Capitulo 1º de: Historia de un Gigoló, Por Alfredo Fernández.



       Nunca supe como había llegado a ese punto. Estaba en un momento de mi vida en el que podría decir, sin temor a equivocarme, que había alcanzado el clímax. No había nada por encima que pudiera hacerme más feliz, al menos nada que conociera, y sin embargo siempre me faltaba algo. No se trataba de un éxito económico, laboral o personal, no estaba enamorado salvo, si acaso no es demasiado alarde decirlo, del lujo que conllevaba mi trabajo. Algunos no lo llamarían así, ya que era placer puro y duro, pero además se me pagaban para que lo llevara a cabo de una manera impecable, profesional y discreta. Podía decir que era la envidia de todos los hombres pero el tiempo y el esfuerzo que me había costado, sin mencionar pesares y personas que se quedan por el camino, no se lo desearía a nadie. Mientras subía las escaleras me detuve un momento para observar la alfombra color Burdeos con remates y filigranas de oro, tan elegantes como suntuosos, después mi mano se deslizó por la baranda de mármol y mis piernas supieron que debían continuar el ascenso. En mis dedos sentí la fría caricia de la piedra pulida que traía viejos recuerdos. Pensaba en los momentos de esta vida que me habían llevado a ese instante preciso y precioso. Un joven prometedor de 31 años que había probado más experiencias que muchos hombres a lo largo de toda una existencia. Cierto era que había lágrimas y sufrimiento en ese trayecto, pero todo lo que merece la pena no está carente de ese aderezo, moneda que hay que pagar para llegar alto.
El fugaz pensamiento traído a la memoria desde un pasado no excesivamente lejano se deshizo en la expectación de lo que me aguardaba más arriba. Bajé la vista un momento para ver parcialmente el traje de chaqueta negro de un diseñador mundialmente conocido, con camisa gris marengo y corbata violeta de un brillo cercano al calor del vino. Los zapatos eran italianos, estilo que merecía toda mi confianza hasta el momento. Me permitirán el gesto de no mencionar nombres para no publicitar indebidamente aquello que no lo necesita. Como decía, me había acomodado a los mismos gustos y había pocos que dieran con algunas manías que había adquirido en los últimos años. En mi vestidor había de todo para cada ocasión, pero siempre con estilo, ya que era una seña de identidad en mi trabajo.
            Aquellas escaleras del gran hotel de la capital, cuyo nombre es de sobra conocido por propios y extraños, me transportaban algunos años atrás cuando las subiera por primera vez, invadido por una incertidumbre a la que todavía me costaba acostumbrarme. En ese pasado acababa de llegar a Madrid y me sentía como un niño con zapatos nuevos. Una punzada dolorosa en el centro de mi persona me indicó que no era el momento apropiado para abordar ese tema, quizás nunca lo fuera. Llegué a la entreplanta primera donde se situaban los ascensores y pulsé el botón esperando que el elevador me llevara a ese destino tan esperado. Todo el lujo que me rodeaba a veces pasaba desapercibido ya que mi atención se fijaba en los detalles más minúsculos e insignificantes, aquellos en los que ningún hombre repararía al no ser que se tratase de su trabajo. La conjunción, el acabado, remate y contraste calculado de tonalidades era sublime. El glamour de los muebles del recibidor, restaurados aunque de corte añejo me transportaba a otras eras de la historia en las cuales la alta nobleza del país departía sobre asuntos de estado y otros de menos calado. Desde aquella balaustrada dorada y a esa altura aquella estancia cobraba dimensiones palaciegas dignas de cualquier castillo de renombre. Yo mismo había soñado con algo así algún día, aunque ahora estuviera fuera de mi alcance y de mi gusto práctico. Sonó la campanita que indicaba que el ascensor había llegado. Me giré mirando al ascensorista con complicidad. Ya lo conocía de otras veces y se diría que me tenía en alta estima, cosa en la que tenían que ver las propinas generosas que recibía por hacer su trabajo. Subí a la quinta planta respirando hondo y fijándome en la filigrana de la madera del elevador, de un dorado que destilaba en cierta manera soberbia. El espejo rematado maravillosamente en un marco dibujado con motivos ornamentales varios era exquisito. No sabría decir cómo se llamaba ese trabajo, pero con la polivalencia de la palabra arte me quedaría corto.
            El pasillo enmoquetado de terciopelo, notando al caminar el mullido silencio de los zapatos, me hacía sentir ligero. Los apliques de las lámparas parecían de oro y la luz que derramaban estaba tan estudiada que daba la sensación de ser casual. La habitación 534 aguardaba expectante al invitado esperado. No era una suite, como había acostumbrado en otras ocasiones, porque con la persona que me aguardaba en su interior no necesitaba más lujos que el de la buena compañía. Además el encuentro debía ser discreto y para lo que pretendíamos tampoco había necesidad de ostentar más de la cuenta. Nadie debía percatarse de que ella estaba allí y nadie debía saber que mi presencia se debía solamente al puro y mero pasatiempo del placer con tan alta dama.
Golpeé levemente la puerta con los nudillos y esta cedió unos centímetros. Había previsto mi llegada y la curiosidad de saber cómo me estaría esperando producía verdaderos estragos. A pesar de las muchas experiencias vividas con ella, aquel momento siempre era nuevo y excitante. Con el cuidado de quien cree poder romper una bajilla entera con un movimiento en falso empujé la puerta. Pasé con precaución y observé cada detalle de la estancia sin detenerme un segundo completo en el materialismo decorativo. Cerré tras de mi con el mismo sigilo que había tenido al entrar. Las cortinas magníficas, la mesa de escritorio de madera vieja y barniz nuevo, el armario vacío con acabados excelentes, empotrado en la pared con las puertas de corredera donde se apreciaban motivos artísticos. No podía describir como se merecería cada rincón de la habitación, así que no me molestaría en intentarlo.
Cuando me giré hacia la cama allí estaba ella, tendida como la gran dama que era y completamente desnuda, como la atrevida amante que solo yo conocía en plenitud. Su cuerpo no podía disimular la edad que, sin duda alguna, la hacía más atractiva. No tenía apenas grasa y las arrugas estaban muy localizadas. Los pechos algo caídos, poco para los años y los hijos que había tenido. Su cabello castaño liso y largo caía sobre estos tapándolos parcialmente. La línea de sus caderas dibujaba un horizonte y al trasluz su monte de Venus quedaba oculto por una sombra que le daba ese aire de misterio que tenía y quería descubrir. No obstante lo más penetrante de su hermoso cuerpo era su mirada, felina y sabía. Un brillo que siempre tenía, aún no he conseguido averiguar cómo, la hacía tan especial como irresistible. Su sonrisa calculada al milímetro, sin ser demasiado abierta o demasiado incómoda, conseguía que quisiera provocar orgasmos de risa en ella.
-          Mi querida señora. ¿Cuánto tiempo hace?,- pregunté dejando el abrigo que había llevado doblado sobre el brazo izquierdo en una silla cercana.
-          Demasiado sin duda, querido. Te he extrañado en las largas y frías noches de Londres.
-          Pero ya estás de vuelta por fin. Olvidar será la terapia que te regale hoy.
-          Lo necesito y se que lo conseguirás. Aunque se que puedo estar segura de que tu no me has echado tanto de menos como yo.
-          Por supuesto que si. Nadie como tú sabe deleitarme con placeres tan exquisitos como la conversación culta y sabia de una gran dama, de esa forma el deseo de los cuerpos se ve elevado a la enésima esencia. Disfruto infinitamente más contigo, que con otras mujeres más jóvenes y enérgicas.
-          Me alegra oír eso. Tus palabras acarician mis oídos y ensalzan mi ánimo. Siempre consigues excitarme con la sola cadencia de tu voz. Me haces sentir tan culpable como satisfecha.
-          Nada hay de malo en buscar el consuelo de los cuerpos y amar a quienes amamos. Y con un susurro al oído…,- dije acercándome hasta este y dejando caer un par de palabras adecuadas que consiguieron un estremecimiento en su piel.
-          Eres demasiado perfecto para ser de una sola mujer, lo tuve claro desde la primera vez que te vi y sin embargo, a pesar de que no confiaba en ti, fuiste fiel.
-          Sigo siendo fiel ya que mi corazón nadie más lo tocó.
-          Olvidemos por unos momentos ese pasado. Deja que te acomode para que te sientas más a gusto.
Ella se levantó y frente a mi, mientras nos mirábamos sin a penas pestañear, fue despojando cada uno de los atuendos que me vestían y estorbaban, por muy caros que fueran. Ese ritual que repetíamos una y otra vez, sin descanso y con la paciencia precisa, se había convertido en necesario y más excitante que cualquier otro preliminar. Su aroma, tan embriagante, su respiración, que por momentos se aceleraba para sentir una bocanada profunda, que pretendía calmar su urgencia por acabar, era la puerta entre abierta que desvelaba su verdadero estado de excitación. Su pelo, que aunque teñía sus canas dejándolo en su castaño natural, la hacía más irresistible, me ofrecía el roce de la seda siempre evocadora. Ella me despojaba de todo y lo dejaba perfectamente doblado en el galán que se disponía en mi lado de la cama, ese que hacía tiempo habíamos acordado. Ni una palabra enturbió el ritual. Nos conocíamos bien.
-          Querido, cada día estás más apetecible. ¿Cómo no caer en tus brazos que son las redes de la pasión?
-          Cae mi señora, pues tuyas son estas redes que se prestan para darte el mayor de los placeres que hombres y mujeres pueden sentir en compañía.
-          Abráceme, hazme sentir la fuerza y la dulzura como tú solo sabes, y no estropeemos el momento con palabras que pretenden embellecer lo que es bello en el silencio.
Hablaron entonces las respiraciones, los cuerpos, los sonidos de cada uno que nos transmitían la verdad que nos delataba. Tumbada en la cama la fui recorriendo plenamente, sin osar dejar un solo resquicio de piel. Había aprendido hacía tiempo a conocer los puntos en los que cada mujer gusta de recibir atenciones. Las articulaciones eran fuente de placeres, mas no todas disponen de la paciencia para disfrutarlos. Los propios dedos podían arrancar orgasmos si eran tratados con destreza y su dueña se abandonaba. Preparé el camino sin prisa, deleitándome con la piel tersa de una mujer de 50 años que anhelaba juventud y aceptaba su madurez. La admiraba profundamente más allá de lo que pudiera admirar a cualquier mujer. Era un ejemplo de vida, de coraje, de tesón y voluntad, así como de resistencia y resignación. Conocía su historia como pocos lo habían hecho y, aunque me la llevara conmigo a la tumba, ella moriría tranquila sabiendo que había tenido en quien confiar. Se diría que la amaba, si yo pudiera albergar tal sentimiento. Ella era la persona más cercana a eso que antaño me atrapara y que había conocido por un corto periodo de tiempo. Ella le daba sentido a una vida que en ocasiones carecía de alicientes por más que sintiera placer y felicidad y me sobraran comodidades y lujos. Así que la amé esa noche como yo solía hacer. Me di por entero con la delicadeza del que ama, con la pasión del que desea, con la precaución y el valor del que conquista y con el fervor del que busca algo más allá del simple acto sexual.
-          Quizás me hago mayor para tantas horas de amor,- dijo alzando la cabeza de mi pecho y mirando con admiración un rayo de sol, que colándose entre las cortinas, iluminaba mi torso.
-          Mientras me desees me tendrás, lo sabes. El tiempo que quieras o que puedas, seré tuyo.
-          Siempre dije que eras demasiado bueno conmigo, ¿Por qué?, nada te obliga ni te ata,- la curiosidad se reflejó en su mirada por un instante. Después pareció hallar la respuesta sin siquiera necesitar que yo contestara. Un segundo de decepción fue sustituido por agradecimiento-. Fue por ella,- agachó la cabeza y después se giró dándome la espalda. Había conseguido ver demasiado brillo en sus ojos y eso solo significaba una cosa.
-          No llores,- dije girándome y abrazándola.
-          No es bueno, así lo pensaba hace tiempo y no hice caso,- noté humedad en mi mano al acariciar su mejilla.
-          Y me alegro de que no hicieras caso. Pudo ser diferente pero no lo fue. Todo ha transcurrido así por algún motivo que no quiero comprender. Lo he superado, aunque se que nunca olvidaré, y cada día la recuerdo y creo verla venir hacia mí.
No pude evitar que el llanto acudiera también a mis ojos. Ambos silenciamos nuestros corazones y los dejamos llorar pretendiendo dar rienda suelta a sentimientos que estaban escondidos en algún rincón al que no accedíamos con facilidad. No se si pasaron minutos o llegamos a la hora. De pronto estábamos serenos y tranquilos y el llanto había quedado reflejado en los ojos inyectados en la sangre de la emoción.
-          Ha sido la última vez que nos amamos. Es la despedida que tanto tiempo he deseado, he temido y he aplazado. Seré tu amiga para lo que te haga falta. Dejaré que sigas con tu vida sin molestarte. Solo prométeme que intentarás sentir de nuevo.
¿Qué era lo que me estaba diciendo? Sus palabras necesitaban tiempo para ser asimiladas. Sabía los motivos de sobra y el tratar de preguntarme por ellos solo conseguiría un dolor de cabeza innecesario. El silencio se extendió hasta que no pude soportarlo más, debía contestar y la inseguridad que me daba aquel cambio de situación no la podía ocultar. A ella no le podía mentir ni tampoco quería hacerlo.
-          No te lo puedo prometer, Isabel,- fue lo único que logré decir. El golpe de su noticia había sido fuerte y había llegado hondo.
Se giró y me dio el último beso en los labios. Tierno y dulce, casi como el de una madre. Después, la sola mirada me decía adiós. Se levantó con su desnudez serena y limpia como la luz de la mañana que entraba por el ventanal, cada vez más cálida por el sol en el horizonte. Se dirigió a la ducha y cerró la puerta. Era hora de marcharme, aunque en realidad no quería hacerlo. Cuando cruzara esa puerta estaría más solo que antes, a pesar de que me hubiera ofrecido su amistad y su consejo. No obstante la vida era una serie de momentos que había que acatar sin más remedio, ya que no dependía de la voluntad de uno, sino de las necesidades de otra persona que te importa más que tu mismo. Quizás eso era el amor.

Me levanté y observé el dinero que ella había dejado en el banco que había a los pies de la cama. Me vestí sin ponerme la corbata que guardé en un bolsillo de la chaqueta. Más informal que cuando llegué, me puse el abrigo sabiendo que haría frío al salir a la calle. No me encontré a nadie en mi camino por el pasillo, cosa que agradecí. En el ascensor ofrecí un billete de veinte al muchacho que me sonrió cortésmente, creo que mi gesto no le agradó y evitó cruzar la mirada, aunque yo en ningún momento le presté demasiada atención. Supongo que se dio cuenta de que mi estado de ánimo no era el normal y prefería no molestar. Con la cabeza agachada bajé las escaleras hasta el hall y crucé la puerta, un billete de cincuenta euros voló de mi mano a la del portero. Recibí un agradecimiento entusiasmado por algo que a mi no me costaba trabajo. Lo había cogido, sí, aunque aceptar su dinero no me hiciera sentir limpio ni honrado. 
Lo había cogido como lo hacía siempre porque de lo contrario ella se encargaría de hacérmelo llegar. Siempre me pagaba y yo, con ella particularmente, me sentía peor llegado ese momento de la despedida, por que el pago era un adiós, un cierre de un acuerdo comercial y eso enfriaba cualquier relación humana. A ella le haría lo que me pidiera gratis, con el único pago del placer de hacerla feliz al menos durante unas horas. Pero ella era demasiado íntegra y sabía que yo me dedicaba a eso y vivía del caché que había adquirido con el tiempo y la experiencia. Tenía otros trabajos que me habían conseguido gran fama, pero mi pasión era la de yacer con jóvenes o maduras en lechos de hoteles a las espaldas de maridos, novios, padres, hermanos o managers. 

domingo, 4 de mayo de 2014

Las Madres



Las madres que son madres, 
son más que una persona, 
son un sentimiento, 
son una preocupación, 
son un corazón donde cabe todo, 
amor y dolor, sufrimiento y pasión, 
reconocimiento y devoción. 
La madre que lo es, 
es dócil y fiera, 
es luchadora y resignada, 
es dulce y a ratos salada. 
La madre es un todo 
que tenemos la suerte de tener, 
y los que no la tienen 
es una tragedia sin nombre 
que jamás podrán entender, 
tristemente así es. 
La madre es la figura 
de la que solemos depender, 
aún cuando somos auto suficientes, 
aún cuando somos independientes 
o lo queremos pretender, 
ella siempre está con nosotros, 
en nuestros pensamientos, 
en nuestro desnudo ser, 
una madre nos guía 
sin decir una palabra, 
nos enseña con una mirada, 
nos consuela con una caricia, 
nos adora con un corazón 
que late desbocado 
cuando se alegra sin proporción, 
por el hijo que un cumplido le dio. 
Las madres son esa señora, ese ser, 
que por lejos que esté, 
duele en el corazón, 
que por sencillas que parezcan, 
un torbellino revoluciona el interior, 
que por mucho que te quieran, 
nunca será poco ni mucho amor, 
será el que la madre siente, 
la medida exacta y pura del amor.

lunes, 28 de abril de 2014

HAY DÍAS Y DÍAS


Hay días que me levanto,
porque es lo correcto,
que me acuesto
por no seguir levantado,
que hablo solamente
por la maldita educación,
que como porque mi cuerpo
quiere hacer la digestión.
Hay días que no tengo ganas de vivir,
que no me llega la sangre al corazón,
que latir es  un esfuerzo,
por falta de ilusión.
Hay días que si me lo pidieran,
con gusto no querría despertar,
con gusto diría adiós a este mundo
que el humano ha dado en crear.
Hay días así, que todos debemos tener,
pues de no haberlos
no valoraríamos lo que nos dan,
lo que recibimos de esas personas
que nos ofrecen el cariño
que necesitamos para sentirnos vivos.
Hay días para morir y días para vivir,
pero es en los primeros
cuando más hay que luchar,
cuando más hemos de ser fuertes,
para así en los segundos poder disfrutar
de la cosecha que plantamos en periodos
menos aptos para los frutos recolectar.
Hay que mirar al frente,
hay que alzar la cabeza,
y ver el horizonte con esperanza
y la simple certeza,
que no lo alcanzaremos,
pero el camino merecerá la pena.
Hay mil quehaceres
que nos ocuparan el tiempo,
que no nos dejarán pensar,
que nos dirán a la cara,
y sin resentimiento,
que no hay nada más.
Pero también hay momentos
para el disfrute personal,
para ver crecer a los hijos,
para a la mujer amar,
para pasar con los amigos,
para uno mismo ser.
y a nuestra persona honrar.
En secreto conservaremos,
para nosotros mismos,
ese rincón de espacio
que con esfuerzo hicimos,
que saque de nosotros
las malas energías
haciendo aquello sagrado
que nos carga las pilas.
En secreto si queremos,
podemos hacer y deshacer
las cosas que nos hacen felices
y para las cuales debimos nacer.